Agosto es un mes complicado para nosotras. Bonito e intenso, pero complicado. Con las fiestas de nuestra ciudad (sí, ya un poquito mía también), llega la Hafla, el curso, la gala Tribal, etc. Y siempre surge algún otro evento a mayores. Para actuar hay que ensayar (tanto ensayar para luego improvisar, que nos dijeron el otro día), vernos, quedar, elegir canciones, bailar mucho juntas, pulir pasos… ¡Nos faltan horas!
Pues este año, además de todo lo anterior, nos liamos la manta a la cabeza y nos fuimos a Artealdea, una locura maravillosa ideada y llevada a cabo durante ocho ediciones por Gigi y un puñado de valientes que donan su tiempo y su talento por amor al arte, nunca mejor dicho.
Así que un sábado a las 4 de la tarde, cuatro mandalas nos subimos al coche y pusimos rumbo a Piñeiro de Areas, en el corazón de Pontevedra. El viaje es largo y el último tramo, ejem… sinuoso. En cada curva comprobábamos si teníamos o no cobertura (ahora sí!! no!! sí!!!) y nos desesperábamos al ver que el pueblo no acababa de aparecer. Finalmente, preguntando, escrutando cada casa y cada puente que cruzábamos, llegamos al Oasis de los Sueños.
En un momento nos improvisaron un camerino al aire libre, en la parte de atrás del escenario.
Mientras nos arreglábamos, los niños se lanzaron sobre nuestros sables, absolutamente hipnotizados.
¿Son de verdad? ¿Cortan? ¿Pesan?
No nene, no cortan, pero como se te caiga en un pie, te lo arregla…
Tuvimos la suerte de poder ver la parte del espectáculo que nos precedía, y fue una maravilla disfrutarlo. Tanta danza, tanto arte, tan de cerca. Un lujazo.
Nos sentíamos tan a gusto y tan en casa, que decidimos salir tan frescas desde las gradas, colocar los sables y ponernos a bailar… Antes Chayo, muy emocionada y haciéndonos vibrar a todos, explicó al público lo que era la Danza Tribal Estilo Americano, ATS®. Lo que significaba para nosotras, en qué consistía la improvisación, el vínculo que nos une cuando bailamos, juntas o con cualquier otra mujer del planeta. Hicimos el saludo tribal y empezamos a bailar. Veíamos perfectamente las caras de la gente, sorprendidos, fascinados, rebosando felicidad. Fue muy especial. Creo que nunca habíamos bailado para un público que conectara tanto con nosotras, sentíamos la energía fluir en las dos direcciones y envolvernos a todos.
El escenario era, como se puede ver, peculiar. Que tenía un árbol en medio, vaya. Porque Gigi lo monta en el patio de su casa, libra el árbol, coloca un graderío para los asientos y conecta la luz y el sonido a su propia línea. Así que, con algún enganchón de sable entre las ramas del árbol, confesado luego porque ni nosotras nos dimos cuenta, y un faldeo un poco reprimido (no cabíamos con las faldas completamente estiradas), invitamos a la gente a bailar. Niños y mujeres de todas las edades subieron y se divirtieron como verdaderos tribaleros.
Es sorprendente lo que hacen, durante diez días, en esa aldea escondida. Cuentacuentos, músicos, poetas, bailarines y magos pasan por su escenario, se cobijan en el comedor si llueve, algunos se quedan varios días, acampados o acogidos en sus propias casas, participando de las comidas comunitarias, disfrutando de la leche auténtica de vaca por las mañanas, las empanadas del zamburiñas y del amor que ponen en todo lo que te ofrecen y comparten contigo. No podemos sino estar infinitamente agradecidas por haber formado parte de su gran familia durante unas horas.
Gracias y más gracias… A Gigi por hacerlo posible con tanto esfuerzo y a todos los que generosamente colaboran en Artealdea, especialmente a Fina y a Santos, a Bianca, a los niños que nos hicieron pasar las mejores risas de la noche (y también sesudas reflexiones), y a la simpática vecina gracias a la cual tuvimos cama, mantitas y baño con agua caliente :-)
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